Por Ricardo J. Delpiano
En los pasados días el tráfico aéreo de Chile y del cono sur americano se vio afectado por la nube de cenizas del volcán Puyehue-Caulle, las cuales prácticamente cubrieron por más de una semana gran parte del territorio argentino, llegando hasta Buenos Aires y Montevideo. El peligro que implica las partículas de cenizas para la operación de aeronaves obligó a cancelar y reprogramar cientos de vuelos, con las consecuencias que esto significa tanto en pérdidas económicas para las aerolíneas, como para los pasajeros sin olvidar los perjuicios ocasionados a las economías de los países, con la demora en los envíos comerciales.
Lamentablemente casos como este son difíciles de anticipar y de obligar a entregar reparaciones a quienes se vieron afectados pues constituyen situaciones ajenas a la responsabilidad de las compañías aéreas, así como también a los Estados –al menos en este caso-, por lo que todos los afectados sólo queda esperar hasta una normalización de la situación, la cual llegó a partir del miércoles 15 al reabrirse muchos aeropuertos.
El erupción de un volcán posee un sinnúmero de consecuencias, incluidas para la aviación, que obligan a las autoridades a adoptar medidas de emergencia. Sólo la forma como se realice el proceso de toma de decisiones nos indicará el éxito o fracaso de estas. Foto: H.H.
Argentina y Uruguay fueron los países más afectados por la nube de cenizas con la paralización de todos sus aeropuertos, especialmente Ezeiza, Aeroparque y Montevideo, aunque también la nube afectó a ciudades del sur de Brasil. Gracias a los vientos que movieron la nube hacia el Este, Chile no se vio “tan afectado”. Sin embargo todo el tráfico aéreo hacia esos destinos fue detenido e incluso se complicaron ciertas operaciones hacia Brasil, las cuales debieron cambiar de ruta para evitar mayores consecuencias. Si consideramos todos los aeropuertos cerrados, más el tráfico que se dirige a ellos ya sea doméstico e internacional, nos encontramos que la nube de cenizas complicó las operaciones aéreas más allá del cono sur, sin mencionar las complicaciones producidas al otro lado del mundo, cuando la nube llegó hasta Australia y Nueva Zelanda.
La situación producida en nuestras días, nos recuerda la crisis del volcán de hace unas dos semanas en Europa y ambas, al gran caos aeronáutico que se produjo en abril 2010 cuando el volcán Eyjafjallajokull hizo erupción y las autoridades de la Comunidad Europea -en una cuestionada decisión-, determinaron cerrar uno de los mayores espacios aéreos del mundo, en lo que operaciones se refiere, ocasionando millones de pérdidas para el sector.
A pesar de que ambos casos tiene en común la fuente del problema, lo sucedido en este lado del mundo y lo ocurrido en el Viejo Continente el año pasado constituyen situaciones totalmente opuestas en cuanto a las resoluciones tomadas para enfrentar la emergencia.
A pesar de que en los países del cono sur ni el resto del continente no existe un ente común regulatorio, ni una autoridad aeronáutica general vinculante como ocurre en Europa, podría decirse que los gobiernos de Argentina, Chile y Uruguay lograron superar con éxito la crisis del volcán adoptando decisiones adecuadas que permitieron en ciertas ocasiones autorizar el tráfico aéreo. La toma de decisiones realizado, nos muestra en parte el esfuerzo de coordinación desplegado entre los distintos actores del sistema aeronáutico, donde la cooperación intersectorial y el compartir información fueron clave para revisar la evolución de la emergencia.
De esta forma, Chile y el resto de los países entregado nuevamente lecciones importantes al sistema internacional, el cual merece ser destacado y reconocido oportunamente. La coordinación entre los distintos sectores nos indica nuevamente cual es el mejor camino a seguir y cuáles son las mejores políticas a ejecutar, con las menores consecuencias posibles, actitud que debiera ser extendida hacia cada proceso de toma de decisiones.
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